Cuba necesita ayuda. No es una campaña mediática. No es un «golpe blando». No es cosa de «mercenarios» o «cibercombatientes». No atañe solo a la sociedad civil y al Gobierno. Cuba necesita, con urgencia mayúscula, toda ayuda posible, por encima de credos, ideologías, temores, prejuicios y odios enquistados.

Publicado originalmente en el medio de comunicación cubano El Toque

La COVID-19 ha superado el sistema nacional de salud. El promedio diario de positividad a la pandemia contra millón de habitantes sobrepasa los números que tuvieron en sus momentos más trágicos países como España, Italia, Estados Unidos, India y Brasil. El colapso, junto a la falta de medicamentos, impide además el normal desempeño del resto de los servicios. Abundan en las redes sociales testimonios desgarradores de personas que han muerto esperando ser atendidos en los hospitales; voces de médicos, enfermeros y otro personal sanitario exhaustos, abrumados, sin saber qué más hacer para contener un río de contagios que desborda su capacidad de reacción.

Es irresponsable ahora, desde todo punto de vista, convocar a actos masivos de cualquier signo político o causa; en especial desde el Gobierno, cuyas autoridades e instituciones tienen el encargo de garantizar la seguridad colectiva y velar por el respeto estricto al protocolo sanitario. Lo único imprescindible en este momento es la supervivencia humana.

Cuba necesita ayuda. Necesita que quienes controlan el país lo reconozcan con sinceridad y ejecuten una respuesta que se ajuste a las imperiosas necesidades de hoy. No hay indignidad alguna en pedir apoyo. Dadas las dimensiones de la crisis presente, los auxilios de los aliados políticos no son suficientes ni serán los más abundantes.

Es secundario, ante el drama de la muerte de cientos de personas, enfocarse en cuestionar si la estrategia de enfrentamiento a la pandemia que nos trajo hasta aquí fue la más acertada o no; si se pudo hacer mejor esto o aquello. Es importante que se analice, señalar los fallos del protocolo, identificar responsables, aprender; pero sin que la crítica y la denuncia impidan procurar ayuda: la prioridad en este momento. Hay personas que mueren por no tener a mano un oxímetro. Nadie debería debatirse entre denunciarlo y buscar la forma de que lleguen cientos de esos baratos dispositivos a salvar la vida de muchos más.

Tampoco sirven de nada en este momento los apoyos que vengan condicionados por requerimientos irrealizables, como la propuesta que ha esbozado la Administración estadounidense de condicionar la donación de vacunas a que las gestione una organización independiente al Gobierno cubano. Sirven acciones concretas de esa nación que le permitan a la comunidad cubana emigrada movilizarse más para ayudar a los suyos. Restaurar los vuelos a otras ciudades diferentes a La Habana y regularizar el envío de remesas, por ejemplo.

Estados Unidos tiene la mejor y mayor oportunidad de ayudarnos. Por su cercanía, por su capacidad logística, por ser hogar de millones de hermanos y hermanas que piensan y sienten por su país de origen y sus familias. Sí, puede ser un trago amargo tratar con el mismo Gobierno que reprimió con violencia las protestas del 11 de julio, pero la altura moral está del lado de quien pone las vidas humanas por delante de un diferendo histórico. Existen antecedentes recientes de medidas tomadas por el Departamento del Tesoro para flexibilizar el acceso a recursos críticos en la contención de la pandemia por países sancionados. Cuba no debería ser la excepción.

Flaco favor hacen los compatriotas que desde cualquier parte del mundo exigen a cubanos necesitados algún pronunciamiento político como condición para enviarles una ayuda que hoy les es vital. En medio de tanto dolor, inspiran las iniciativas organizadas en Canadá, España, México, de quienes desde la diáspora, con total incondicionalidad y desinterés, han reunido recursos y gestionado su traslado para el pueblo del que en la distancia son parte. A quienes no deseen entregar materiales en manos de la administración del país, les quedan a disposición instituciones como la Cruz Roja, las iglesias y las representaciones de organismos internacionales presentes en el país para canalizar esfuerzos.

Miremos al frente. La vida es siempre ahora. Las personas que fallecieron son irrecuperables. Acompañar el dolor de sus familias implica también el deber de evitar que continúen perdiendo miembros, amigos, vecinos.

Si la unidad nacional construida desde la diversidad siempre ha sido deseable, ahora es una urgencia, una cuestión de supervivencia en sentido literal. Si la transparencia para explicar en detalle las circunstancias que atravesamos ha sido un anhelo legítimo, un derecho muchas veces reclamado y desoído; en este minuto es la única forma de intentar restaurar la confianza necesaria para gestionar una crisis extrema que alcanza en Cuba dimensiones políticas, sociales y económicas.

Las iniciativas ciudadanas o gubernamentales que han laborado por provincias como Matanzas, Ciego de Ávila, Holguín, Guantánamo, merecen todo el apoyo y respeto. Multipliquémoslas.

Cuba necesita ayuda. Que no muera un cubano más por tozudez, soberbia, ignorancia, falta de humildad o de sentido común. Que no sigan contagiándose embarazadas y menores de edad por irresponsabilidad o enajenación de quienes toman las decisiones.

Sería iluso pedirle a alguien que abandone sus creencias y dolores inmediatos. Ni a una familia que reclama la libertad para alguien preso injustamente, ni a un funcionario que cree en su mensaje militante. Pero algo está por encima de todo: la vida. Y la mejor muestra de humanidad es conservarla.

Es también Cuba. Somos todos. Frente a la calamidad y la pandemia, un enemigo invisible que no reconoce filiaciones para matar, la única salida posible es la fraternidad. El margen de maniobra se hace cada día más estrecho. Es ahora.

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